

La Láinez, para mi es una mujer especial por muchos motivos.
Tiene que ver con mi infancia, porque sus películas fueron sinónimo de domingo, ya que las proyectaban en el patio del colegio entre kermés y kermés.
Tiene que ver con mi juventud, donde su adorable Isolina del programa de televisión La Tuerca, provocaba en mí ataques de risa.
Tiene que ver con mi primera profesión que me permitió entrevistarla, disfrutarla y hasta trabajar juntos.
Tiene que ver con mi pasión por los juegos, porque fue una compañera delirante, ya sea grabando reportajes truchos, pilotos de televisión que nunca se vieron, armando libretos que nuca recordaba.
Tiene que ver con mis amores, ya que los adoptaba sin cuestionamientos.
Tiene que ver con mi segunda profesión, de la que es madrina.
Tiene que ver con su casamiento, del que fui testigo, agente de prensa, peluquero, maquillador, vestuarista, florista y proveedor de arroz para tirar a la salida del civil.
Tiene que ver con el afecto y la ternura, la soledad y la terquedad y esos vestidos que se negaba a tirar.
Su vida transcurría como en esas películas italianas, donde los sketch estaban a la vuelta de la esquina.
Un día que pasé a saludarla sin avisar, la portera me dijo que la esperara porque habían sacado a la perra a pasear.
Al rato regresaron muy campantes tomados del brazo tironeados por la Lily, a quien lucían cual galgo ruso.
Hugo tenia camiseta musculosa, pantalón marrón de vestir, medias azules, zapatillas sin cordones y sombrero tipo panamá.
Nelly modelaba capelina blanca con un lazo rojo, zapatillas, vestido floreado y cartera de rafia.
- Mirá Lili -gritó Nelly cuando me vió- contale al padrino que te llevamos a pasear a la cortada de los soretes.
De mas esta decir que me empecé a cagar de la risa y les dije: “¿Pero de que están disfrazados?”.
-De refugiados polacos – contestó ella-.
Ese día los sorprendí con la compra de mi primer Fitito.
Como no podía ser de otra manera, paseamos por Constitución como si viajáramos en un Mercedes.
El error fue que se sentó en el asiento de atrás, y al rato por el poco espacio, empezó a acalambrarse.
Sacarla de ahí fue tarea digna de un rescate. Mientras que uno la empujaba por la espalda, otro le tiraba de las piernas.
Ella gritaba: “¡Traigan un abrelatas!”
El escándalo que armamos hizo que se asomaran todos por las ventanas, y cuanta mas gente aparecía, mas risa nos daba.
De las risas pasamos a las puteadas y con las puteadas finalmente se cayó de culo en el cordón cuneta.
Parece mentira, pero las puteadas dan mas fuerza que la risa.
-foto Nelly y yo jugando al reportaje-